El caso de Juliana de alguna manera golpea un poco más fuerte, porque a los 19 años ya tiene una historia de al menos tres años de sentirse que en ciertas situaciones tenía que apoyarse en el alcohol para estar bien.
"Siempre sentí mucha vergüenza al estar rodeada de gente. Me pasaba lo mismo en el colegio, en las fiestas y hasta en algunas reuniones con familiares con los que no tenía mucha confianza", cuenta.
Fue a los 16 años cuando se dio cuenta de que tomando cerveza o algún que otro trago se sentía mucho mejor que lo habitual, mucho más desinhibida que de costumbre.
"Sentía que si no tomaba no me iba a divertir, no iba a soltarme a bailar y mucho menos a ponerme a hablar con algún chico. Si no tomaba me moría de vergüenza." Juliana recuerda que tomaba todo tipo de tragos, como aquel llamado kriptonita, una mezcla de vodka, ginebra y licor de menta.
También recuerda cómo se "ponía en pedo" una y otra vez y cómo indefectiblemente terminaba vomitando.
¿Cómo se pone fin a semejante descontrol personal? "Tuve una depresión muy fuerte hace dos meses. Entonces hablé con mi mamá, le conté todo lo que me pasaba y así fue como empecé un tratamiento."
Ahora está tomando ansiolíticos y sigue una psicoterapia. Está mejor, mucho mejor. Estudia Filosofía y ya no siente que tiene que sostenerse ni cubrirse tras la coraza del alcohol para animarse a salir.
"Tomo mucho menos. Nada que ver con lo que era antes. La última vez que salí con mis amigos no tomé casi nada y me di cuenta de que así también la puedo pasar muy bien", dice Juliana. Y asegura que sus problemas fóbicos también están desapareciendo.
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